En esta novela, Carlos Villagra Marsal nos propone, a través de un experimento lingüístico, una interpretación del drama del Paraguay. Los elementos recurrentes del libro —bochorno y sequía, violencia gesticulante y gratuita, aleteos y silbidos, cielo que se agrieta con arborescencias de luz y resonancias lejanas— se desplazan de manera circular, en calidad de símbolos, y configuran un reducto de miedos y renuncias, de esperanzas y rebeldías, junto a la espera y crítica. Frente a la situación actual del Paraguay, la metamorfosis en perdiz del protagonista cobra un sentido inesperado y presente, aunque abunden todavía los nocturnos mancuellos de rapiña.